miércoles, septiembre 14, 2011

 
De la crisis del modelo al éxito de Cristina


¿Qué depara el futuro poselectoral argentino? El mercado de especulaciones se encuentra con tránsito fluido. La consultora Massot & Monteverde realiza un informe semanal, InC., cuya versión abreviada habitualmente se envía a, varios medios. Es interesante observar que, en esta ocasión, el enfoque político y el enfoque macroeconómico es casi divergente aunque, a la vez, es complementario entre sí, y el resultado es elocuente:

Comencemos por algunas precisiones del capítulo macroeconómico del informe InC., que plantea -probablemente en la pluma de Agustín Monteverde- lo que opinan muchos economistas y operadores del mercado acerca del horizonte complicado de la economía poselectoral:



"(...) • Una vez que el gobierno se aseguró el financiamiento del BCRA por vía de utilidades, adelantos transitorios y uso de reservas para cancelar deuda con acreedores privados, el problema dejó de ser la caja de pesos; ahora el talón de Aquiles es la caja de dólares, tensionada por la reversión del superávit de cuenta corriente y la aceleración de la salida de capitales.



• A diferencia de los primeros ocho años, en que el kirchnerismo gozó de condiciones internacionales formidables —el ya famoso viento de cola—, durante la próxima etapa enfrentará un contexto muy delicado, a la par de sufrir las consecuencias de propias y erradas decisiones previas.



• El deterioro de las cuentas externas del país, la depreciación del real en Brasil, la inflación de 20 % en dólares, la suba de los costos salariales, la pérdida de competitividad en las exportaciones, y la nada tranquilizadora certeza poselectoral hacen que una devaluación significativa del peso quede en el terreno de lo probable.



• La versión oficial sostiene que el gobierno tendría, en principio, margen de maniobra gracias a que el año próximo los vencimientos en dólares no exceden el 2% del PBI y casi la mitad de la deuda pública está en manos de organismos estatales.



• El año que viene hay vencimientos por US$ 14.000 millones pero las necesidades de financiamiento —sin contar una persistencia del actual nivel de salida de capitales— se reducirían a US$ 8.000 millones.



• Corresponden a acreedores privados 46% de los vencimientos de capital y 53% de los de intereses, por lo que su pago no podrá ser prorrogado.



• El resto, lo afrontaría en buena parte recurriendo al roll over, es decir, reemplazando deuda con más deuda. (...)".



• Pero el año próximo se profundizará la demanda de dólares, justo en momentos en que la crisis global podría frenar el comercio exterior y la caída de reservas impediría pagar los vencimientos de deuda con divisas del Central.



• El mundo —en el mejor de los casos— crecerá poco o nada el próximo año, con una significativa contracción del intercambio comercial.



> La caída de las importaciones por parte de los países desarrollados anticipa una reducción del comercio global y de los emergentes —entre ellos, China— en particular.



• El precio de la soja debiera mantenerse en el mejor de los casos amesetado.



> En los últimos días, los futuros de soja en la bolsa de Chicago han experimentado bajas en consonancia con el resto de los commodities.



> Sin embargo, un ejecutivo de la firma estatal de comercio Chinatex Grains and Oils aseguró que las importaciones de soja subirían más de 10% debido a un probable incremento de la producción porcina china.



• Menos crecimiento y menos comercio significan menos disponibilidad de dólares para la Argentina.



> El gobierno debiera comprender que conviene actuar por el lado de los incentivos y no de las penalidades.



> Morigerar el impuesto al cheque y las retenciones y levantar los cupos y restricciones para exportar constituyen medidas de sentido común.



• Si persiste la elevada fuga de capitales o se produce una contracción del comercio, la vuelta a los mercados voluntarios de crédito aparecerá como obligada.



• Aun en un escenario mundial que resultase exento de debacles graves, es seguro que la Argentina deberá enfrentar una desaceleración del nivel de actividad y creciente estrechez de la caja de dólares. (...)".





Sin embargo, esos conceptos contrastan con el enfoque político del mismo informe -probablemente autoría de Vicente Massot-, texto que, a la vez, es complementario ya que, de lo contrario, no podría explicarse el entusiasmo Cristinista de la mayoría de la sociedad argentina:



"Nuestra historia reciente, desde el último régimen militar a la fecha, no ha sido otra cosa más que la consagración, en cuerpo y alma, de al menos la mitad de los argentinos a hombres providenciales, sin importar si se trataba de generales o de abogados, a los cuales se endiosaba —muchas veces a tontas y a locas— por espacio de años, para después —con la misma ligereza— olvidarse de ellos como si hubiese sido pecado haberlos apoyado. Pasó esto con Jorge Rafael Videla, Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa.



En 1976 el país, harto del desgobierno peronista y preocupado por el avance de los movimientos insurreccionales, saludó la irrupción de las Fuerzas Armadas como quien recibe a salvadores de la Patria.



En 1983 el político nacido en Chascomus obró el milagro de vencer al candidato justicialista en elecciones libres y, a partir de ese momento, se consideró a su triunfo como un punto de inflexión en la vida política de la república.



En 1989 le tocó el turno al riojano, que pasó de ser —en la consideración de la gente— un Facundo de carnaval a un estadista capaz de codearse con los líderes más importantes del mundo.



Diez años después, De la Rúa representó la aspiración —finalmente trunca— de mantener los beneficios de la convertibilidad y poner fin a la corrupción menemista.



Pero —claro está— luego de los tiempos de bonanza llegó el ocaso.



La guerra de Malvinas clausuró cualquier aspiración castrense de prolongar su estadía en el poder.



La hiperinflación que le estalló en las narices a Alfonsín puso un punto final anticipado al mandato para el cual había sido elegido a expensas de Italo Luder y al soñado Tercer Movimiento histórico.



La imposibilidad de ser reelecto por segunda vez —unido a su despiadada y suicida campaña contra Duhalde— ocasionaron, hacia finales de siglo, el principio de la decadencia menemista.



La crisis de gobernabilidad borró a De la Rúa de un plumazo a principios de 2000.



Alfonsín, Menem y De la Rúa llegaron a la Casa Rosada con el apoyo de 50% de los votos. Mientras duró la fiesta, la sociedad argentina le batió palmas —indistintamente— a Martínez de Hoz, al Plan Austral, a la convertibilidad y a la promesa del candidato de la Alianza de no cambiar el régimen de $ 1 por dólar impuesto por la dupla Menem-Cavallo.

Todo parecía color de rosa hasta que —por diferentes motivos— estallaron, uno tras otro, los diversos programas económicos.



Con esta particular coincidencia: que si bien no todos los presidentes mencionados terminaron de la misma manera, todos fueron olvidados o estigmatizados.



Videla purga varias condenas a cadena perpetua en Campo de Mayo; Alfonsín revivió en el cariño popular solo cuando se murió; Menem es apenas una sombra del que fue en la pasada década de los ’90; De la Rúa todavía es el hazmerreír de los programas cómicos. Si alguien encontrase un ejemplar del grueso de los argentinos que los apoyaron alguna vez, habría que premiarlo. Es que parecen haber desaparecido de la escena nacional sin dejar rastros de su paso. Y, sin embargo, hay razones valederas para creer que una parte importante de quienes se entusiasmaron con Carlos Menem, por ejemplo, desde 2003 en adelante quebraron una lanza a favor de los Kirchner.



La algo extensa introducción anterior no ha tenido otro propósito que mostrar hasta dónde, entre nosotros, han primado las emociones irracionales y el bolsillo en el apoyo dado a los sucesivos gobiernos que hemos sufrido. La esperanza que todos ellos encarnaron caló hondo en el ánimo de los argentinos y —salvo De la Rúa— los restantes instrumentaron planes económicos que, en principio, parecieron funcionar.



Por eso vivimos veranitos o veranos que, a la larga, terminaron en debacles sonoras.



El ciclo kirchnerista es —observancias ideológicas aparte— un calco del ciclo menemista en punto a la adhesión popular, el respaldo al oficialismo en las urnas, la conformidad con los presupuestos económicos vigentes y la tendencia a convertir a los impulsores del modelo en seres extraordinarios.



Menem no manejó a su antojo los hilos del poder en el país porque fuese un déspota que despertase miedo y generase obsecuencia generalizada, a la fuerza. Por el contrario, resultó uno de los gobernantes más carismáticos y sorprendentes de estas playas en el siglo XX, cuyo éxito, entre 1989 y 1999, fue fruto de la capacidad que tuvo para poner fin a la inflación y reformar el papel del Estado.



Néstor Kirchner, sin la simpatía del riojano y con una dosis de resentimiento que éste nunca tuvo, logró montar un aparato de poder que lleva ocho años funcionando.



La pregunta que se hace el arco opositor, en atención a lo que vivimos en los últimos treinta y cinco años, aproximadamente, es si el kirchnerismo será capaz de corregir las profundas distorsiones de la economía o si redoblará la apuesta respecto de lo que ha venido haciendo desde 2003.



En el primer caso —dicen— el gobierno podrá llegar a 2015 no sin antes haber sufrido los sobresaltos y el desgaste propios de cualquier plan de ajuste.



El segundo escenario, si nada cambiase, sería la crónica de una catástrofe anunciada.



Demás está decir que las preocupaciones de los opositores no tienen nada que ver con la visión del oficialismo.



Para aquéllos se está cebando una bomba de tiempo que, tarde o temprano, explotará.



Para los seguidores de Cristina Kirchner, ellos están haciendo historia.



Para unos bastaría una retracción del poder de compra de China o una devaluación en Brasil, y el andamiaje montado por el santacruceño y su mujer se vendría abajo, en cuestión de segundos, a semejanza de un castillo de naipes.



Para Cristina Fernández, Amado Boudou, Carlos Zannini y Florencio Randazzo —en cambio— el país esta blindado y, por tanto, en condiciones de sobrellevar con éxito las consecuencias que traería aparejadas una nueva crisis financiera mundial.



Con el precio de la soja sonriéndole desde hace ocho largos años y la notable capacidad demostrada por el kirchnerismo de ejercer el poder de manera discrecional, los pronósticos apocalípticos debieran evitarse. Es cierto que si mañana estallase Europa —el eslabón más débil de la cadena capitalista, para repetir la célebre frase de Lenin— el efecto dominó podría golpearnos sin misericordia.



Pero no es menos verdadero decir que, frente a la adversidad, la reacción del actual gobierno no sería nunca semejante a la de Fernando de la Rúa. Nadie puede descartar un sacudón internacional. Nadie, al mismo tiempo, debería subestimar los reflejos kirchneristas. Sobradas pruebas ha dado —en momentos de prosperidad— sobre su voluntad de echar mano a cualquier recurso, como para suponer que un vendaval externo lo haga tambalear.



En todo caso, si sufriésemos los efectos de una recesión en Europa y Estados Unidos —y, como consecuencia de ello, el erario nacional mermase considerablemente— habrá que pensar menos en la sucesión de Cristina Fernández que en los medios que adoptará para mantenerse en Balcarce 50.



O, lo que resulta indistinto, cuáles nuevas cajas se hallarán entonces en la mira de un gobierno que no tiene ministros demasiado competentes ni técnicos reconocidos por su solidez pero cuenta con un gran respaldo popular y la capacidad de hacer su voluntad al precio que fuese.



Cuando se tejen reflexiones acerca de la vulnerabilidad del modelo económico en vigencia y se especula respecto de los obstáculos que encontrará en su camino en los próximos años, no debe perderse de vista que las administraciones fallidas en la Argentina lo fueron porque no supieron asegurar la gobernabilidad.



El kirchnerismo, inversamente y en punto al ejercicio efectivo del poder, ha puesto de manifiesto una maestría singular. Será corrupto, arbitrario e intolerante, a condición de reconocer que sabe lo que quiere —aun cuando nos disguste— y sabe cómo obtenerlo —aun cuando los medios a los que, de ordinario, echa mano, nos parezcan ilegítimos.



Que los fundamentos del plan montado por el santacruceño crujen y hacen ruido, no es novedad.



Ni este nivel de gasto público, ni el actual atraso cambiario, ni la notable distorsión de precios relativos podrán mantenerse cuatro años más, como si tal cosa.



Pero son asignaturas que admiten postergarse, en términos de su tratamiento, sin que ocurra mañana una catástrofe. Eso lo sabe la presidente y también sus principales escuderos. Para ellos lo primero, en el orden de la ejecución, es cumplir con el trámite del 23 de octubre y acumular todo el poder que está en disputa. Luego habrá tiempo de pensar en un soft landing."





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