martes, octubre 25, 2011

 
Por la plata baila el mono




Dice el dicho popular: por la plata baila el mono. La pregunta es: ¿seguirá bailando el mono cuando no haya más plata?





Encuestadores serios afirman que el fuerte apoyo a Cristina Fernández no se basa solamente en la economía sino que la gente identifica otros temas como positivos. Por ejemplo la forma en que el gobierno lleva adelante el tema de los derechos humanos. Es posible que así sea dado que la distorsión histórica de lo ocurrido en los 70 hace aparecer a los terroristas como inofensivos jóvenes idealistas que querían cambiar el mundo. Los asesinatos, secuestros e intentos de tomar el poder por la fuerza (apoyados y financiados por gobiernos extranjeros en los años de la guerra fría) no se cuentan. De todas maneras, es posible que la gente crea que todo comenzó el 24 de marzo de 1976 cuando un grupo de generales se levantó de malhumor y comenzó a secuestrar y matar a los jóvenes idealistas, pero mi punto es que si este tema tuviera tanto peso en el apoyo al gobierno no se entiende por qué este mismo gobierno, con el mismo discurso distorsionado de los 70, perdió las elecciones del 2009. En ese año la economía estaba en recesión y el discurso distorsionado de los 70 era el mismo. De manera que no termina de convencerme el argumento.

Me parece que aquí ha pesado enormemente al auge artificial del consumo y un mecanismo de distribución de los recursos típico de los modelos populistas. Desde aumentos salariales que nada tienen que ver con la productividad de la economía, hasta una catarata de subsidios parecen haber influido en forma notable en el apoyo a Cristina Fernández, más allá de la escasa imaginación y sobre todo egoísmo de los opositores. Candidatos que, montados en el caballo de la soberbia, definían cuáles eran sus límites descartando a otros dirigentes como si fueran leprosos.

Pero volviendo a la influencia del tema económico, me parece que, si bien la gente puede no reflejarlo en las encuestas, ha tenido un peso fundamental en el resultado de las elecciones. Decía antes de los aumentos de salarios que, si bien son insostenibles en el mediano plazo, sirvieron en el corto para atraer votos. Lo mismo ocurrió con los subsidios.

Si uno mira el presupuesto ejecutado al 30 de septiembre de la Administración Pública Nacional, se va a encontrar con que el rubro de mayor importancia es Servicios Sociales con $ 173.000 millones, donde las jubilaciones tienen un peso decisivo. Pero el segundo rubro es Servicios Económicos con $ 63.148 millones donde el 89% fue destinado a subsidiar la energía y el transporte público. Todo parece indicar que este año el gobierno destinará cerca de $ 80.000 millones en subsidios para, fundamentalmente, tener energía, gas y transporte público de pasajeros “baratos”. Por supuesto que con estos números vamos de cabeza a otro rodrigazo, pero mientras tanto ayudó a conseguir votos.

Si uno mira los subsidios sociales, alcanzaron la friolera de $ 32.000 millones a septiembre. La asignación universal por hijo creció el 34% respecto a enero-septiembre del año pasado. Bien por arriba de la inflación real. Hasta septiembre llevaban destinados a este plan casi $ 6.600 millones. No nos engañemos, como dice el viejo dicho popular: por la plata baila el mono. Acá se habla mucho de valores, derechos humanos, solidaridad, etc. pero la realidad es que desde el empresario beneficiado por el proteccionismo, pasando por el nuevo empleado público que no se sabe para qué está y llegando a los que viven de los subsidios, todos son felices si tienen la platita en el bolsillo sin importarle demasiado qué le puede pasar a su semejante que tiene que financiarlo previa expoliación del Estado.

Justamente unos días atrás se preguntaba un productor agropecuario si era posible que en otro mandato kirchnerista se expropiaran los campos. La respuesta es la de siempre: bajo el kirchnerismo cualquier cosa es posible. La segunda es que si bien es posible algún tipo de expropiación, la realidad es que los jóvenes de La Campora no van a ir a trabajar los campos. Más bien le conviene que el productor trabaje la tierra por ellos y el gobierno se apropie de su renta. Dicho en otras palabras, probablemente le dejen el campo pero lo van a hacer trabajar para los otros.

Por eso la sociedad está tan fragmentada como no se vía desde los primeros dos gobiernos de Perón. Porque una parte de la sociedad vive a costa del trabajo casi esclavo de la otra mitad. Unos trabajan todo el día para que el Estado los expolie con impuestos para poder comprar la voluntad de la otra mitad. Con eso solo le alcanza para ganar las elecciones. Usa a una mitad de la población de esclavos para generar ingresos y luego distribuirlos, en nombre de la solidaridad social, entre aquellos que le acercarán los votos.

Por supuesto que este esquema tiene el problema de que si una parte de la sociedad tiene que sostener a la otra mitad, se desestimula la inversión y la producción. La economía produce menos riqueza y cada vez es más complicado mantener este esquema de mitad esclavos, mitad beneficiados del trabajo de los esclavos. Sin el mundo sigue complicándose, el gobierno tendrá que hacer demasiados malabarismos para poder mantener este esquema económico que le permite construir poder.

Pero en definitiva el problema que tenemos en Argentina es que se ha acentuado la destrucción de valores como la cultura del trabajo, el riesgo empresarial, el espíritu de superación personal y se ha impuesto la cultura de la dádiva, del vivir a costa del trabajo ajeno, del desprecio por la libertad y la propiedad. Lo que ha hecho el kirchnerismo es aprovechar esa destrucción de valores. El problema ya no son ellos, sino los valores que imperan en buena parte de la sociedad.

Lo más grave no es si el tipo de cambio real está retrasado, si las cuentas públicas están desequilibradas o si la política monetaria está fuera de control. Lo más grave, en todo caso, es que todos esos problemas son consecuencia de los valores que imperan en buena parte de la sociedad: “yo tengo derecho a que el otro me mantenga, me pague la casa, el televisor, etc.” sin explicar por qué el otro tiene esa obligación. Y no se explica porque no hay explicación posible a un esquema de saqueo generalizado. Unos robando a otros en nombre de la justicia social no tiene explicación posible.

Con este mecanismo se podrá ser exitoso electoral y políticamente, pero es imposible construir un país donde todos progresen. Tal vez no sea este el objetivo. Tal vez el objetivo sea fabricar pobres para luego mantenerlos con el trabajo ajeno, con lo cual el país tendrá una mitad de la población esclava trabajando para financiar el proyecto populista y otra mitad denigrándose para recibir dádivas del burócrata de turno.

En definitiva, mientras haya recursos para financiar este esquema perverso, el poder está asegurado. Cuando se acaben los recursos veremos cómo se convence a la mitad de los que viven del trabajo ajeno para que me sigan votando.

Por eso me permito dudar que este resultado electoral esté influenciado por una versión distorsionada de la historia de los 70 o por el vestidito negro. Pueden haber tenido alguna influencia, pero me parece que el esquema de vivir una fiesta de consumo artificial a costa del trabajo ajeno y las confiscaciones tiene un peso fenomenal. Basta con revisar los resultados electorales y compararlos con el nivel de actividad para advertir que hay una alta correlación.

De todas maneras, de aquí en adelante queda un gran interrogante. Si por la plata baila el mono, ¿cómo harán para que el mono siga bailando cuando no haya más plata?

martes, octubre 18, 2011

 
A 1 semana: En el país ShowMatch, arrasa Cristina

"Una sociedad consumista pero, sobre todo, una sociedad que ha decido hacer del consumismo una ideología, se desliza aceleradamente hacia su propia decadencia", afirma el autor. También: "En ese descenso los partidos políticos pierden consistencia y razón de ser. También pierden actualidad los mensajes políticos clásicos. (...) La farándula desplaza a la política en todas sus versiones. La épica del nuevo tiempo la dicta “Showmatch” y el circo responde al nombre de “Fútbol para Todos”. Son los emisarios del éxito, los hechiceros que venden ilusiones a las clases populares y las narcotizan con sus elixires."

No hay antecedentes históricos de una campaña electoral tan opaca.



Si alguna comparación fuera posible, habría que remontarse al tiempo de los conservadores, de los llamados gobiernos electores que aseguraban su sucesión sin demasiados conflictos.



Después hubo debates y diversas expectativas acerca del resultado final de los comicios. Incluso durante la década del treinta, cuando Lisandro de la Torre fue el opositor de Agustín Justo o Marcelo Torcuato de Alvear intentaba ganarle a Roberto Ortiz.



En todos los casos, ni el fraude ni las tramoyas leguleyas lograban quitarle a las elecciones su condición de escenario y debate público de los grandes problemas de la Nación.



En la época del peronismo las elecciones fueron de hacha y tiza.



Las de 1946 fueron las más competitivas y, según los propios dirigentes opositores, las más limpias después de quince años fraudulentos.



En 1951 Perón le ganó a Balbín por una amplia mayoría de votos, pero el debate público fue intenso y apasionado. Los radicales entonces levantaron tribunas políticas en todo el país y a pesar de las intimidaciones, pudieron votar por un dirigente que los representaba.



Algo parecido puede decirse de las elecciones a vicepresidente de 1954 que contó con la brillante participación por parte de la UCR de uno de sus dirigentes más entrañables y respetados: Crisólogo Larralde.



Esas elecciones las ganó con comodidad el candidato oficialista, “compañero” Alberto Teissaire, el mismo que luego de la Revolución Libertadora declaró contra Perón con términos que hicieron ruborizar a Rojas y Aramburu.



Después de la Revolución Libertadora, la Constituyente de 1957 despertó grandes expectativas, sobre todo porque el partido considerado mayoritario se había dividido unos meses antes entre UCRI y UCRP.



Las elecciones de 1958 y 1963 dieron lugar a grandes polémicas y si bien el peronismo estaba proscripto, su gravitación se medía por los votos en blanco o por el apoyo que algunas de sus facciones internas daban a los diversos candidatos legalizados.



Las elecciones del 11 de marzo de 1973 le dieron el triunfo a Cámpora por un amplio margen, margen que se amplió en los comicios de septiembre de 1973, cuando el peronismo llevó como candidatos a la fórmula Perón-Perón. En todos los casos, las victorias del peronismo no impedían la presencia de una oposición en el marco de un sistema de partidos políticos fuertes y críticos al poder.



Con la recuperación de la democracia el debate electoral se hizo más rico.



Las elecciones que llevaron a la Presidencia a Alfonsín, Menem, De la Rúa y Kirchner fueron interesantes, más allá de sus resultados o de la calidad de los candidatos ganadores. Algo parecido puede decirse de las elecciones a legisladores y gobernadores.



En todos los casos, el sistema electoral fue competitivo, aunque habría que señalar que ya para la época de Menem empezó a registrarse la irrupción de los llamados candidatos de la farándula en el mundo político.



Menem fue el promotor de esa degradación de la política, pero más allá de su responsabilidad, lo cierto es que ya para entonces se notaba que los partidos políticos, tal como los habíamos conocido, perdían centralidad pública y los que se habían constituido como proyectos colectivos se iban degradando en proyectos individuales o de capillas cerradas donde el marketing empezaba a gravitar más que el discurso, la propuesta o la militancia.



El siglo XXI coincide con la crisis de los partidos políticos tal como los conocíamos históricamente.



Los partidos no desaparecieron, pero perdieron centralidad, capacidad para articular demandas sociales y convocar a grandes realizaciones.



El concepto de “pueblo” fue desplazado por el de “gente”.



El cambio fue algo más que una denominación semántica, fue, en primer lugar, una manera diferente de contemplar al protagonista de la democracia.



El pasaje de “pueblo” a “gente” no debe pensarse como una contradicción entre lo colectivo y lo individual.



Fue y es algo mucho más complejo, más inquietante.



“Gente”, como interpelación política significa el repliegue a lo privado a aquello que temía Tocqueville, sobre lo que había advertido Sarmiento y contrariaba a Weber.



La “gente” es ajena a la épica popular nacida con la Revolución Francesa, a esa gran fuerza transformadora que se conoció con el nombre de “pueblo”.



Pero también es ajena al individualismo ilustrado, al ciudadano responsable dueño de sus derechos y deberes y de su propia subjetividad.



“Gente”, alude a una experiencia colectiva, pero esa experiencia se distingue por su atomización, su desgarramiento en pequeñas y exclusivas narrativas individuales donde la única ideología que los cohesiona es la del consumo.



El fenómeno es contemporáneo, pero su tendencia a generalizarse es cada vez más evidente.



Sobre estos peligros no sólo advertía un hombre de una inquietante lucidez liberal como fue Alexis de Tocqueville, sino también Carlos Marx, uno de los cerebros más poderosos que hayan actuado en la historia moderna.



Justamente, para referirse a ese tiempo, Marx escribe “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, uno de sus ensayos más ricos y profundos.



Como un director de teatro Marx monta una singular puesta en escena, constituye actores y evalúa diversos desenlaces. El humor, la sátira, el enojo enriquecen el texto. No es un libro académico en el sentido clásico de la palabra, no pretende ser objetivo o neutral, pero ya quisieran los cientistas sociales de hoy escribir un libro de esa densidad teórica y calidad estilística.



Para lo que nos importa, habría que destacar que en este libro Marx observa cómo la burguesía liberal renuncia a sus ideales iluministas en nombre del confort y la adaptación al sistema de poder dominante.



Luis Bonaparte, sobrino del héroe de Marengo, es quien encarna este nuevo tiempo histórico. Marx dedica su rico repertorio de insultos para calificar a este personaje a quien lo más liviano que le dice es tahúr y canalla.



Pero lo que más le importa es establecer la relación entre un dirigente como Bonaparte y el pueblo.



Es allí cuando dice que “ni a la mujer ni a la Nación se les perdona el instante de debilidad en la que cedió a la seducción de un aventurero” (cito de memoria).



Las referencias con Menem son inevitables, sobre todo cuando observa que la claque que acompaña a Bonaparte celebra sus fiestas con tocino y champagne, un ritual no muy diferente a la pizza y el champagne de Menem.



O, por qué no, el de las carteras Vuitton y los zapatos Louboutin de la señora.



O los improvisados e insufribles recitales de guitarra de su aventajado candidato a vicepresidente.



Una sociedad consumista pero, sobre todo, una sociedad que ha decido hacer del consumismo una ideología, se desliza aceleradamente hacia su propia decadencia. En ese descenso los partidos políticos pierden consistencia y razón de ser.



También pierden actualidad los mensajes políticos clásicos.



La farándula desplaza a la política en todas sus versiones.



La épica del nuevo tiempo la dicta “Showmatch” y el circo responde al nombre de “Fútbol para Todos”.



Son los emisarios del éxito, los hechiceros que venden ilusiones a las clases populares y las narcotizan con sus elixires.



Cuando se habla de los procesos de alienación promovidos por los medios de comunicación, habría que hacer algunas precisiones.



Hoy no son los diarios, los noticieros o los programas políticos los que cumplen la tarea de opio del pueblo.



Un diario hoy se lee por diversos motivos y está estudiado que no es la política el tema que convoca a la mayoría de los lectores.



Lo siento por los muchachos de Carta Abierta, pero los vendedores de ilusiones, los profesionales del desencanto, los que embriagan con sus vulgaridades, no son los editoriales de Morales Solá, Mario Wainfeld, Mariano Grondona, Horacio Verbitsky o Eduardo van der Kooy, leídos por minorías, sino “Bailando por un sueño” y “Fútbol para Todos”.



No es casualidad que en el velorio de su marido, la señora haya ordenado que no dejaran pasar a los dirigentes de los partidos opositores, pero - eso sí - se fundió en un cálido y generoso abrazo con Maradona y también con Tinelli.



En estas condiciones históricas, a nadie le debería llamar la atención la constitución de un escenario político con un poder oficial transformado en una suerte de “ogro filantrópico” y una oposición deshilachada e impotente.



Tampoco a nadie le debería sorprender que temas como la corrupción, la inflación o el saqueo de los recursos públicos interesan a nadie o a muy pocos.



En la Argentina del siglo XXI, no son pocos los que han decidido cerrar los ojos a las miserias de la vida real y las promiscuidades del poder, para disfrutar de un modesto confort como lo hicieron con los militares y la plata dulce, la convertibilidad de Menem y Cavallo o el “modelo” de Néstor y Cristina

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