viernes, marzo 07, 2008

 
Orinoco
Quienes quieran tener una visión real del terreno en el cual se desarrolla la puja entre Venezuela, Colombia y Ecuador, una jungla sin fronteras, tiene al alcance de su mano La Vorágine , la formidable novela de la selva escrita en 1924 por José Eustacio Rivera, que figura en las principales colecciones y ciertamente se halla en todas las bibliotecas públicas. Fue la primera obra realmente sudamericana que condicionó a todo el resto, desde Rómulo Gallegos a Gabriel García Márquez, aunque todo lo que vino después pareció copiarse de La Vorágine , sin conseguir superarla. ¿Por qué? Porque Rivera acertó a darle el mismo sentido trágico que alentaba al teatro griego. La anécdota parece banal: un "cachaco" de Bogotá (compadrito) se "roba" a su novia, y ambos deciden irse a refugiar al "sertao", cruzando de Colombia a Brasil, de Ecuador a Perú. Así los novios van huyendo de sí mismos y, desde la primera página, su destino está marcado. Pero la descripción de la jungla y de las múltiples transgresiones de la vida en ella resultan soberbias. Párrafo: "...El traquido de los arbustos, el ululante coro de las sierpes y de las fieras, el tropel de los ganados pavóricos, el amargo olor a carnes quemadas agasajáronme la soberbia; y sentí deleites por todo lo que moría a la zaga de mi ilusión, por ese océano purpúreo que me arrojaba a la selva aislándome del mundo que conocía. ¿Qué restaba de mis esfuerzos, de mi ideal, de mi ambición? ¡Dios me desamparaba y el amor huía...! Empecé a reír como Satanás...". Al punto, en 1924, La Vorágine trascendió por el mundo. En Europa la comentó el Conde de Keyserling, tanto que en 1927 los editores norteamericanos lo llamaron a Nueva York para hacer la edición inglesa. Pero Rivera, minado por el paludismo, no resistió el clima y murió allí, en 1928, quedando la literatura sudamericana anclada a su talento, desde entonces.





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