sábado, diciembre 22, 2007

 
La Argentina 2008-2011: Apuntes 'malditos' para un debate ausente
Acomplejada por el falso 'progresismo' y evasiva por la ausencia de ideas propias, la sociedad argentina transcurre en la ausencia del porvenir cuando habría mucho que debatir sobre qué hacer frente al mundo que viene. Por esto, cualquier espacio que provoque algún intercambio de ideas, bienvenido sea. En este caso, es un aporte de 3 posts sucesivos del blog La Ciencia Maldita, al que puede accederse desde la columna 5 de la portada de Urgente24:
CIUDAD DE BUENOS AIRES A (La Ciencia Maldita). Dígamoslo rápido y de una vez antes de calificarlo: los resultados económicos de la administración de Néstor Kirchner son, con un buen margen de diferencia, los mejores de la historia argentina. Ni el más optimista podía imaginar hace cuatro o, mucho menos, cinco años, este torrente de ochos: ocho de crecimiento cada año, ocho de desempleo, ocho –quizás corregibles hacia arriba, ojalá que no hacia abajo- de presidencias kirchneristas.
¿Cuál fue el secreto? Cuando en 1919 Clemenceau se enteró de que Woodrow Wilson había preparado sus famosos Catorce Puntos para la Conferencia de Versalles, dijo “Wilson me aburre con sus catorce puntos; el Buen Señor tiene sólo diez”. Así con Néstor Kirchner: de las populosas listas de reformas o contrarreformas que de uno y otro lado se proponían para salir de la crisis del milenio, el buen señor tomó sólo dos: superávit fiscal y tipo de cambio alto. Así de económica fue la política económica de la Administración Néstor: allí empieza y allí termina.
Allí empieza, decimos, en un sentido temporal y también en uno conceptual. Kirchner llega al gobierno con esos dos pilares ya en su lugar, penosamente montados durante los breves gobiernos anteriores, forzados por las circunstancias a tomar el camino del repudio de la deuda pública, de una enorme redistribución del ingreso en contra de los asalariados por la vía de la devaluación y de la imposicion de los gravámenes a las exportaciones más elevados del mundo. Equipo que gana no se cambia: casi toda la política económica de los últimos cuatro años puede entenderse como un esfuerzo por mantener ese esquema –cuyos primeros frutos ya asomaban en aquel invierno de 2003– a salvo de las cambianes circunstancias de la política y de la economía.
En ese sentido puede decirse que la de Kirchner fue una política económica a la defensiva. En política no puede negársele creatividad al presidente que se va: creatividad malograda en ese camino errático por transversalidades, concertaciones y neoperonismos, pero también creatividad inspirada en esos dos golpes maestros, iluminados, inesperados: el descabezamiento del peronismo duhaldista en 2005 y la reelección sin reelección en 2007. Pero en economía el verbo no ha sido crear sino conservar: el valor de los precios administrados, el tipo de cambio real, el índice publicado de inflación, el superávit fiscal. El instinto conservador obliga a ciertos ajustes, de tanto en tanto, pero siempre en respuesta a circunstancias y en las dosis justas como para mantener las cosas en su lugar: un poco más de retenciones si los precios internacionales suben, alguna corrección del dólar si crecen los internos –para evitar la apreciación real– un poco más de subsidios si aumentan los costos en los sectores de precios administrados, una redirección de los ahorros previsionales si se necesita reforzar la caja.
Allí, en la conservación de los valores de un par de variables macroeconómicas, también termina la política económica de Kirchner. No es posible mencionar una sola acción preventiva o reformista: todo ha consistido en el mínimo cambio indispensable para manener las cosas como estaban, o en la reacción a un problema cuya solución ya no puede ser pospuesta. Así con la renegociación de la deuda –cuyo resultado, pagar unos 3 puntos del PIB de intereses al año, no fue ni peor ni mejor que el que podía esperarse– o con las respuestas, tardías por cierto, a los estrecheces energéticas. Revisando los archivos, las únicas acciones económicas no obligadas por las circunstancias tuvieron mucho más simbología que contenido: el pago al Fondo Monetario, por ejemplo, o la creación de empresas estatales que son en verdad oficinas públicas de poca monta.
Pero ¿cuál es, finalmente, el problema con este “dulce hacer poco”? ¿No tiene, en última instancia, un dejo de laissez faire que estimula a que los negocios se desarrollen en un clima calmo y previsible, sin "reformas" ni "planes económicos" que en el fondo alteran las reglas de juego? Después de todo, ¿no ha bastado el dulce hacer poco para ayudar a una recuperación que ya se ha transformado en un crecimiento vigoroso? Un primer problema es que se trata de políticas que funcionan en unas circunstancias pero no en otras. Con el desempleo del 20% el hiperdólar es compatible con la estabilidad de precios; con un mercado de trabajo pujante, es un dólar que ha generado niveles peligrosos de inflación. Con precios internacionales históricamente altos, tener un excedente financiero mínimo y basado en impuestos a las exportaciones implica que un cambio de la marea pondría a las cuentas públicas en terreno rebaladizo.
En segundo lugar: quizás hemos ido demasiado lejos en este dominio de la macroeconomía sobre las “reformas”, revirtiendo las prioridades, también exageradas, que dominaron en la década anterior. Sí: la combinación de precios competitivos inernacionalmente y superávit fiscal alcanza para crecer más o menos al compás de las circunstancias. No es suficiente por sí misma para que ese crecimiento sea menos volátil, para que las cuentas públicas estén a resguardo de las crisis, para que cada región de nuestro país encuentre su lugar en el mundo, para que la estructura impositiva refleje un deseo compartido por una sociedad más equitativa. Para eso y mucho más sí es necesaria una agenda algo más voluminosa, que quizás no llegue a los catorce puntos pero sí, seguramente, a los diez.
Los 10
Me sugieren que me explaye sobre los Diez Puntos. Repensando, creo que como mínimo deberían ser catorce, como los de Wilson, pero quedémonos por lo pronto con estos diez:
MACRO/COYUNTURA
1. Banco Central independiente, metas de inflación, como los países normales.
2. Ley lógica de responsabilidad fiscal: se tiene que conseguir un superávit financiero -no primario- estructural (es decir, si la economía crece como su "tendencia", calculada de alguna manera) de X% (¿1?) del PBI. (Si se hace el punto 7, el superávit debe ser un poco mayor). Esto quiere decir que si la economía crece más que la tendencia, el superávit tiene que ser mayor, y viceversa. Si no se cumple, se tienen que emitir por la diferencia entre el superávit planeado y el efectivo unos Bonos con el nombre o el apodo del presidente en ejercicio, para después poder identificar quién nos endeudó (Bonos Joe, Bonos Méndez, etc.)
FOMENTO SECTORIAL
3. Diseño "definitivo" de las retenciones. Mi posición -estoy dispuesto a reverla- retenciones progresivas (es decir, porcentaje mayor cuanto mayor es el precio, tipo el impuesto a las ganancias, y quizás también según el agregado de valor) con una base de 0% si los precios del producto están en el promedio de algún período anterior. Además, calendario gradual de baja. No es un buen impuesto permanente.
4. Fomento a las empresas pequeñas y medianas (para compensar sus desventajas en el mercado de crédito y porque hay externalidades positivas en el enterpreunership) con eliminación de impuestos/creación de subsidios al trabajo. Y quizás el sistema ya vigente de subsidio de tasa. (De paso podríamos regalarle a los trabajadores todos los bancos estatales).
FEDERALISMO
5. División del engendro en tres partes. Nueva coparticipación con potestades impositivas para las provincias: bienes personales, ganancias personales y sales tax. Un fondo redistributivo con criterios explícitos basados en indicadores de desarrollo, como era la "ley" de 1973.
6. Igualación de la capacidad económica provincial con eliminación de impuestos/creación de subsidios al trabajo en las provincias más pobres. Quizás, a los nuevos empleos creados, aunque esto es un poco difícil de administrar.
(Aquí terminan todas nuestras concesiones a picking the winners: alguna ventaja a provincias más pobres, alguna a empresas más pequeñas, algunas retenciones a los productos con menor valor agregado. Eliminar cualquier otro programa de promoción sectorial, regional, etc. No sirven.)
WELFARE STATE
7. Eliminación del sistema de jubilaciones y pensiones. Ingreso Universal para la Madurez de 800 pesos a partir de una edad a definir, igual para hombres y mujeres. Los aportes pasan al Estado, y se aumenta el superávit estipulado más o menos en proporción. Eliminación de todos los derechos jubilatorios especiales. Las AFJP pueden no devolver los ahorros sólo si se convierten en aseguradoras voluntarias, desreguladas, para la vejez yel afiliado así lo desea.
8. Morfcard: tarjeta universal para la compra de alimentos de segundas y terceras marcas (confiamos en que los ricos no la piden). Podría ampliarse a prendas con precios chinos, sean o no chinas.
9. Regulación del sistema de medicina prepaga: las prepagas deben admitir a cualquier ciudadano. Eliminación de las obras sociales (ya son prepagas disfrazadas, cuya principal función es dar una tajada a los moyanos). Por cada nuevo afiliado que no viene de las obras sociales o de otra prepaga, el estado contribuye con una cápita igual al gasto per cápita en hospitales y le impide a ese ciudadano atenderse en la salud pública. Para que no sea tan caro habría que poner un umbral de ingresos a partir del cual el Estado no paga la cápita.
10. Regulación del sistema de educación privada: los colegios y universidades privadas deben admitir a cualquier estudiante independientemente de su capacidad de pago, a cambio de una cuota pagada por el Estado igual al gasto per estudiante en la educación pública de ese nivel. Para que no sea tan caro habría que poner un umbral de ingresos a partir del cual el Estado no paga la cuota.
(En otras palabras: los pobres podrían acceder a igual salud, educación y alimentación -medida en calorías, al menos- que los ricos).
Otra vez el Nº10
Se armó un petit-debate sobre el punto 10, el tema de si todos los niños y jóvenes argentinos (y sus padres) deben tener derecho a elegir su establecimiento educativo o si sólo algunos deben tenerlo. Rápidamente la cuestión pasa a si la UBA es buena, si las universidades privadas son chantas, si el "Colegio" es el mejor del mundo, etc etc. Creo que meterse en el asunto del nivel no es necesario. La discusión puede resolverse previamente, en términos de igualdad de oportunidades: ¿Estamos preparados a admitir que los niños ricos tengan más posibilidades educativas efectivas que los niños pobres? Hay dos respuestas posibles: sí y no. Si no lo estamos, o bien hay que estatizar toda la educación -eliminando de hecho la opción privada- o bien garantizar que todos puedan elegir entre lo público y lo privado, y no tan sólo los ricos. Prefiero cualquiera de esas opciones que la situación actual. La estatización de la educación privada al menos generaría un fuerte lobby -porque los ricos también tienen más influencia para hacer lobby- a favor de la educación en general. Mi 1st choice es obviamente que convivan los dos sistemas pero con "libre traspaso", tipo AFJPs y reparto.
No sé si funcionaría, no sé si el nivel general de educación sería mejor, no sé si sería caro o barato -- pero igual no puedo estar en contra porque hay una cuestión previa de igualdad ante la ley. Sospecho, sí, que sería el sistema más libre, más igualitario y finalmente más fraternal: una sociedad integrada desde los 2 años de vida.
PD: fácil contra-respuesta. Con el mismo criterio podríamos preguntar: ¿Y estamos preparados a admitir que los niños pobres tengan peor nutrición y peor salud que los ricos? No y no, tampoco estamos preparados. De allí los puntos 8 y 9. Todo lo que implique ventajas para los ricos al empezar la vida adulta es injusto. (Algunas de esas injusticias, como el hecho de tener posiblemente mejor educación dentro del hogar, quizás estamos dispuestos a tolerarlas, aunque también es discutible).
PD2: Así como hoy nos horrorizamos y decimos: "¿Qué? ¿Había unos colectivos para negros y otros para blancos?" llegará el día que digamos: "¿Qué? ¿Había escuelas a las que no podían ingresar los niños pobres?"





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