lunes, noviembre 26, 2007

 
Cristina y los monstruos
Por Abel Posse Para LA NACION
Lunes 26 de noviembre de 2007 Publicado en la Edición impresa


Nuestra flamante mandataria tomará, a partir del 10 de diciembre, el gobierno. Lo hará a "tranquera cerrada", incluyendo mucho personal usado y con un estilo acostumbrado al presidente que ya cesa. Enfrentará también un legado pesadísimo. Son los monstruos incubados durante años: inflación (mal disimulada), violencia sin respuesta de seguridad, corrupción, energía en estado límite, aislamiento internacional. Son los jinetes de un apocalipsis que deberá ser conjurado con mucha determinación y originalidad, despojándose de continuismo. En los primeros cien días, Cristina Fernández tendrá el hamletiano problema de ser o no ser. O sabrá proceder con la determinación de un creador de poder o será heredera de un sistema con muchos engranajes gastados. Por el conocimiento que tengo de la presidenta electa intuyo que éste no será el caso. No se le puede imaginar un futuro isabelino. Es en los primeros meses cuando un mandatario señala su espacio, su estilo y su voluntad frente a sus partidarios y la totalidad de la Nación. Es cuando demuestra ser, o ser un delegado. O mejor: es cuestión de ser ahora o de no ser nunca. El gabinete inicial, si se confirma, contiene más de lo conocido que de "lo bueno por conocer". Hasta ahora, la presidenta electa parece más bien una presencia exótica y radiante, engarzada en una melancólica foto de directivos de un club de barrio que logró zafar del descenso. Salvo las importantes novedades del Ministerio de Ciencia e Investigación, del ministro de Economía y de quienes cumplieron adecuadamente en las esferas técnicas de sus carteras. Todo gobernante de raza se parece a sí mismo. Necesita su acto de personalización del poder. ¿Qué mejor acto para la presidenta electa que embestir novedosa y creadoramente contra las causas que exigen una renovación total de fondo y de procedimiento? Uno de los monstruos que hereda es el desdichado conflicto con Uruguay. Hemos llegado a una situación intolerable y peligrosa: del silencio y estancamiento de los gobiernos estamos pasando a lo más temible, que es un odio de pueblos, una nacionalización rencorosa del disparate. Y esos odios pueden durar décadas. Además, implicaría un fracaso del sistema regional y del Mercosur. Urge actuar. Urge restablecer la diplomacia, que es diálogo en vez de conflicto. Se abrió la instancia ante el Tribunal de la Haya, máxima autoridad internacional. Seguramente el Gobierno pensó que, enviando el caso al remoto y alto tribunal, se anestesiaría la acción del exaltado piqueterismo de Gualeguaychú. No fue así, y por debilidad gubernamental los delictivos cortes de rutas y puentes continuaron. Estos cortes son un episodio de extrema gravedad para todo el mundo, salvo para la Argentina, donde el articulado constitucional y el Código Penal son alegremente olvidados. La Argentina presentó en La Haya descripciones de proyecciones de una virtual -posible, pero todavía irreal- contaminación. Pidió erróneamente medidas precautorias para paralizar las obras y esto fue denegado por trece votos de los jueces contra uno cuando todavía la fábrica estaba en los cimientos. Asimismo, la petición ante el Banco Mundial para suspender créditos para dicha construcción fue rechazada por parecido escandaloso score . La presidenta electa es abogada. La pregunta nodal es la siguiente: si la Corte negó la precautoria solicitada por la Argentina y si el Banco Mundial desestimó la disparatada gestión de Picolotti, ¿se puede creer que dentro de un año (en el más breve de los casos) la sentencia de la Corte podrá ordenar la demolición de ese emprendimiento de cientos de millones y en pleno funcionamiento? Las negativas a nuestras pretensiones prefiguraban ya la posible sentencia final, pese al entusiasmo de funcionarios dóciles. La pastera de Botnia seguirá trabajando y la Corte Internacional sugerirá los límites y controles de estilo para este tipo de fábricas. Las razones argentinas acerca del poco respeto de Uruguay por las consultas debidas según el estatuto bilateral sobre el río Uruguay tampoco conllevarán la suspensión o demolición de Botnia. El principio de soberanía prevalecerá sobre el incumplimiento de las consultas estatutarias no efectuadas, según alega la Argentina. Además, pesará en nuestra contra el encuentro de los cancilleres Operti y Bielsa. Desde el punto de vista ecológico y medioambiental, no será creíble una Argentina transformada en vestal de la ecología y del medio ambiente que exige perfección en Gualeguaychú y a 500 kilómetros, sea sobre el Paraná o en la cuenca genocida del Riachuelo, bate récords del más elemental descuido ecológico, en su propio territorio y en perjuicio de millones de sus propios ciudadanos. Así las cosas, la presidenta electa tiene dos monstruos irrecuperables para abatir con energía y romper con la agobiante indecisión del actual gobierno para superar causas perdidas. Uno es el tema de devolverle al Indec la autonomía de sus técnicos y su objetividad imprescindible. Este tema es fundamental para todo posible saneamiento de nuestras relaciones con el mundo económico y sobre todo en lo que hace a inversiones. ¿Por qué demorar lo insostenible? El tema de las pasteras ya es un cadáver jurídico para la Argentina. La presidenta podrá reconocerlo y abrir futuras gestiones diplomáticas por el camino del diálogo con Uruguay antes de que se produzca algún acto por parte de los exaltados de Gualeguaychú que pueda terminar en tragedia. Un vecindario exaltado que lucha por su justo confort y por su playa fluvial deberá comprender los intereses mayores de la Nación. Hay que hacer valer la plena vigencia constitucional ante el vecindario que se arroga la facultad de cortar caminos y rutas internacionales. Se restablecería la noción de orden público que el gobierno pasado descuidó (salvo en Santa Cruz). El levantamiento de los cortes abrirá el diálogo con su colega uruguayo para un exigente monitoreo conjunto, distinguiendo los daños soportables en este tipo de fábricas de los irreparables. Habrá que actuar en el futuro con toda la energía ante el peligro de producirse daños de contaminación realmente graves. No hay alternativas ni jurídicas ni políticas para estos monstruos. Si los enfrentara con coraje, la presidenta electa no tendría mejor carta de presentación internacional. Significaría abandonar el mal talante y el conflicto sistemático y retornar a la diplomacia, que es diálogo. Ser presidente de la Nación es ser presidente de todos los argentinos, más allá de sectarismos. Durante el mandato de Kirchner, ni el Gobierno ni la vasta oposición (mayoritaria, pero no electoralmente mayoritaria) sintieron esta dimensión superior y unitiva del mandato presidencial. No hubo diálogo ni debate nacional. Hoy se impone marchar por la gran avenida democrática y salir del mal talante, del búnker y de privilegiar el conflicto en vez del diálogo, como ocurre en la tribal y nefasta oposición amigo-enemigo, hecho que fue el signo del gobierno que cesa.





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