martes, octubre 30, 2007

 
Un triunfo agridulce
Un triunfo sin derroches, empañado por la elección más cuestionada desde el regreso de la democracia.
Cristina Kirchner es la nueva presidenta de los argentinos, triunfo que obtuvo en la más cuestionada de las elecciones que vivió el país desde la recuperación democrática. El regreso de las sospechas de fraude y la realidad de distintas maniobras para manipular o directamente frustrar el voto opositor es una muy mala noticia que mancha la jornada.

Lo escueto del triunfo de la Primera Dama que sacando el particular 22 por ciento que obtuvo su marido, marca el menor porcentaje obtenido por un presidente desde 1983 a la fecha, da el marco de su mandato, que fue rechazado ampliamente por la clase media urbana que le inflingió severas derrotas en Córdoba, Rosario y Capital Federal.

Colgada del saco del éxito arrollador de Daniel Scioli, el verdadero triunfador del ¿oficialismo?, Cristina Kirchner deberá ahora lidiar con un peronismo que ve en el gobernador electo al hombre del recambio. Peronismo que aporto esa diferencia vital que le permitió evitar el ballotage, gracias a la enorme distancia que sacó en provincias del interior profundo como Salta, Tucumán, Formosa, San Juan y tantas otras en las que el peso de los gobernadores sigue siendo determinante.

Deberá enfrentar también la Presidenta electa una oposición que ha empezado a vertebrar dos alternativas a nivel nacional: Elisa Carrió y Roberto Lavagna, que más temprano que tarde deberían asumir que salvo sus enormes egos, es más lo que los une que aquello que los separa .

La líder de la Coalición Cívica surge así como la oposición más dura a la Casa Rosada –y casi se podría decir a Cristina Kirchner a quien durante la campaña calificó, rozando el ataque personal, como “La Reina del Botox”-; mientras que Lavagna eligió el arduo camino de construir en la Argentina desde la mesura y la prudencia.

Imposible analizar la oposición, sin mencionar al electo jefe de Gobierno Mauricio Macri, quien vio con horror que el peor escenario posible se hizo realidad: salió quinto en el distrito que hasta hace poco había conquistado con el 60 por ciento de los votos y su aliado Francisco de Narváez ni siquiera pudo ofrecerle el consuelo de un segundo lugar en la provincia de Buenos Aires.

Pareciera que con sus tiempos la ciudadanía está empezando a resistirse a ser arriada y castiga las incoherencias de uno y otro lado. Nunca se entendió porqué el hombre que había sido votado como el gran líder opositor resignaba su lugar en confusas alquimias como apoyar a Ricardo López Murphy “sólo” en la Capital.

También hay aquí un mensaje para Carrió que, tal vez, sino se hubiera anticipado con sus objeciones a Macri, hoy podría estar festejando el ballotage de la mano de una fórmula con López Murphy apoyada por el jefe de Gobierno electo.

Lo mismo puede decirse de la pretendida “pureza” ideológica de la que se enorgulleció Lavagna en su gris discurso de aceptación de una derrota que aún no estaba firme. Tal vez si hubiera tenido la plasticidad de articular un frente común con el peronismo más ortodoxo que otorgó 10 puntos a Alberto Rodríguez Saá, hoy también podría haber festejado una segunda vuelta que lo hubiera colocado a tiro de la Casa Rosada.

Como sea, esta claro que Cristina Kirchner debe agradecer en primer lugar su Presidencia, a una oposición que no tuvo la grandeza necesaria para articular un frente común.

De cualquier manera, con una sabiduría que no alcanza a los “dirigentes” políticos, la ciudadanía parece ir modelando con paciencia ciertos equilibrios en un panorama hasta ahora hegemonizado por el kirchnerismo, que supo aprovechar el enorme vacío político que dejó la crisis del 2001. Tratando de preservar la institucionalidad recuperada, suma aquí y allá alternativas al poder.

La gente cada vez que tuvo una opción viable de gobierno no dudó y votó: lo hizo con Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires, con Hermes Binner en Santa Fé y Fabiana Ríos en Tierra del Fuego, por mencionar los ejemplos más rutilantes de distritos que perdió el oficialismo.

El apresurado festejo de Cristina y su marido, cuando apenas se había contado el 10 por ciento de los votos y el resultado aún ofrecía incógnitas, marcaron una desprolijidad más de un comicio demasiado empantanado. Un triunfo empeñado por denuncias de fraude, con millones de personas que quedaron sin votar y que ubican a la candidata en el poder, pero rechazada por más de la mitad de la población, deberían introducir en el gobierno una dosis de conciliación y búsqueda de consenso que hasta ahora ha brillado por su ausencia.





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