sábado, febrero 24, 2007

 
Connivencias
En lo que concierne al tema de la delincuencia en el fútbol, la clave del comportamiento de buena parte de los comunicadores y hombres públicos argentinos parece consistir en el siguiente ardid: levantar el dedo acusador y vociferar gallardamente, siempre que hacerlo no comprometa su adhesión al catecismo "progre", de cuyo recitado sus carreras dependen. ¿Individuos mil veces prontuariados, reincidentes y hasta con condenas en suspenso ambulan libres por calles y canchas a tenor del garantismo jurídico, cometiendo desmanes y crímenes? Pues bien: no es cosa, por estas horas, de decir ni media palabra contra el fetiche garantista de aclamación forzosa. Lo que aconseja el manual del ciudadano progre es emprenderla al instante contra algún blanco políticamente correcto. Por ejemplo, la policía. La culpa de que cometan tropelías en los estadios delincuentes que debieran estar presos no es de quienes los dejaron libres ni de las leyes que los alientan a hacerlo, sino de la policía, por esto, por aquello o por lo que sea. Algo así como temer a los incendios pero odiar el agua.





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