jueves, enero 11, 2007

 
La oposición no sabe a qué oponerse

Ahora todos quieren ser peronistas -suele bromear Antonio Cafiero-. Pero mucho cuidado, no cualquiera puede serlo: hay que tener un estómago importante para ser peronista. Hay que tragar muchos sapos . Cuando se lo nombra a Cafiero en la Casa Rosada se lo hace con una cierta nostalgia prestigiosa: es un anacronismo pero es, a la vez, la corporación histórica del peronismo troncal. Cafiero piensa como piensa el imaginario peronista de a pie, y eso se respeta mucho en Balcarce 50. Es Cafiero quien dice también que mientras muchos se suben ahora al barco peronista para hacer política y aparecer en la foto, nunca en su historia el peronismo tuvo una oposición más pobre. Esa seguridad deriva en un lugar común de nuestros días: la oposición no existe. Se trata, claro está, de un error. No es que no exista, sino que no sabe a qué oponerse. El kirchnerismo, que es una secuela indeseada de la fractura bipartidista y que marcha orgulloso por las vías del partido único, se ha convertido en una suerte de monstruo de Lovecraft: gigantesco, temible, gelatinoso y elástico, crece y crece desde los páramos posmodernos ocupando todo y devorando a sus enemigos. Néstor Kirchner es un arquero de goma que, con las encuestas en la mano, se estira y estira en todas las direcciones, y obtura todos los huecos. Es muy difícil, en estos días de gloria, encontrarle un flanco y meterle una pelota. Kirchner rompe, todo el tiempo, cualquier eje de oposición. Para empezar, pulveriza la histórica tensión entre peronistas y radicales. Coopta a los radicales que gobiernan, lleva a un radical (Julio Cobos) como candidato a vicepresidente, y obliga a la militancia de la UCR a alinearse con un navegante solitario: Roberto Lavagna, un peronista aprisionado en un cuerpo alfonsinista, que se presenta como un carbónico prolijo del original. Luego la criatura de Lovecraft destroza el eje que ella misma postula. El kirchnerismo se postula como un lugar de la centroizquierda que pelea heroicamente contra la "abominable" centroderecha. Sin embargo, Kirchner elige a un dirigente de centroderecha -el vapuleado vicepresidente de la Nación- para ocupar nada menos que la candidatura del principal distrito del país: la provincia de Buenos Aires. Eso no le impide al Presidente colocar, a su vez, a un centroizquierdista -el tímido Daniel Filmus- en la ciudad. Un producto para cada mercado, sin ideologías que valgan. El cliente siempre tiene la razón. Posteriormente, el gran movimiento nacional kirchnerista juega con la peregrina idea de que la batalla electoral de este año será entre progresistas y noventistas. O para decirlo en términos que el oficialismo suscribe: el campo popular frente al neomenemismo. Esta última "bestia negra" de la política estaría encarnada por Mauricio Macri, el Berlusconi argentino, como gustan decirle en la Jefatura de Gabinete. Se ve que, como piensa el kirchnerismo duro, hay menemistas buenos y menemistas malos: los buenos son los que me apoyan (Scioli) y los malos los que me combaten (Macri). Postular que el presidente de Boca quiere volver a los noventa equivaldría a decir que pretendería erigirse en el hombre del antimodelo. ¿Puede algún opositor en la Argentina hacer campaña contra la nueva convertibilidad del 3 a 1? Así como era suicida en los noventa, es también suicida en la actual Argentina de Kirchner, que crece con ese modelo a un 8 por ciento anual, reduce la pobreza, controla la inflación, aumenta las reservas y genera confianza interna y consumo. La verdad es que nadie tiene, en la oposición, un modelo económico alternativo. Hay matices, y la necesidad de hacerle un "service" a la economía, como sugiere Carlos Melconian: acariciar a los inversores, mimar a los empresarios y acomodar algunos precios y tarifas antes que cambie el viento de cola. Pero nadie en su sano juicio piensa discutir lo que funciona bien, y mucho menos con matices insustanciales que la enorme mayoría del electorado no entiende. La desazón de la centroderecha es aún más profunda. Históricamente, alguno de sus hombres podía ser "el candidato del establishment" o "el candidato de Washington". Pero resulta que, aunque venda lo contrario, Kirchner les ha ocupado también ese sitial. Hace un tiempo, un importante dirigente del centro se reunió con los principales empresarios argentinos y argumentó con dureza contra la política oficial. Al final del amable almuerzo, los empresarios fueron muy sinceros: Nos gusta lo que dice, pero ¿qué ganamos nosotros apoyándolo a usted? Sólo el odio y las represalias del Gobierno. ¿Y por qué vamos a abandonar a los que gobiernan si más allá de algunas rispideces estamos haciendo grandes negocios con ellos? El candidato de centro salió de allí con la cabeza gacha. Algo similar ocurre con los Estados Unidos. Tal como advirtió el "filósofo" kirchnerista Luis D Elía, el giro del Gobierno contra Irán, que fue visto en Washington como una señal inequívoca a favor de la política norteamericana en Medio Oriente, y la llegada de los demócratas al poder legislativo, de indudable sintonía con el matrimonio presidencial, reforzó la "confiabilidad" en un jefe de Estado que, por encima de rabietas mediáticas y oportunistas, pagó la deuda completa a los organismos de crédito y ayudó a morigerar las posiciones extremas de Hugo Chávez. Luego está lo más aproximado a una idea política que ha tenido la oposición: la República frente al populismo. La apelación a defender los mecanismos republicanos frente al avasallamiento peronista de las instituciones. Esa idea sofisticada se volvió, sin embargo, popular en Misiones, y Kirchner recibió así la primera bofetada en las urnas. Pero como el hombre sabe leer muy bien a la opinión pública, y gobierna para ella, tomó dos o tres medidas "republicanas" (desactivó reelecciones provinciales, redujo los miembros de la Corte) y desinfló provisoriamente el globo. Fue, en ese sentido, mucho más inteligente que Chávez, quien con su burda terquedad logró aglutinar enfrente a un grupo variopinto de opositores, unidos una vez más por el espanto y no por el amor. "Chacho" Alvarez, el gran discípulo de Cafiero, supo tener una idea. Una sola. Decidió que Menem, que era rubio y con ojos celestes hasta el Tequila, traicionaba al peronismo y promovía la deshonestidad. Esa idea le permitió obtener cinco millones de votos en 1995. La oposición actual carece de una idea semejante. Intenta Elisa Carrió instalar la ocurrencia de que ésta es una pelea moral contra un gobierno mafioso, pero aún no existen pruebas concretas para que la sociedad lo crea, o lo quiera creer. Quizá porque el periodismo de investigación duerme el sueño de los justos en la Argentina. Falta una idea nueva, y es muy mala noticia que brille por su ausencia. Es necesaria una oposición que sepa a qué oponerse. Que controle al Gobierno, le baje la soberbia, y sea capaz de recrear el bipartidismo y la alternancia democrática. Es necesaria también para que los argentinos no tengan, como los peronistas, que desarrollar "un estómago importante", y tragar cualquier batracio para sostener lo mínimamente alcanzado. Para que los argentinos no tengan que volver al voto cuota. Ni despertarse un día, como muchas veces se despertaron, viendo que el ciclo económico cambió, que los vientos de cola se transformaron en tormentas perfectas, que los magos del Gobierno perdieron la magia y que el país perdió otra gran oportunidad.





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