domingo, noviembre 05, 2006

 
El Presidente y sus silencios
La negación K

Los avestruces tienen mala prensa; aquello de que esconden la cabeza en la tierra hasta que se les pasa el miedo es un mito fundado por Plinio “el Viejo”, o Cayo Plinio Segundo (23-79 dC.), naturalista, escritor y militar romano, autor, entre otros libros, de los 37 tomos de la Naturalis Historia.
Por JORGE LANATA
Los avestruces tienen mala prensa; aquello de que esconden la cabeza en la tierra hasta que se les pasa el miedo es un mito fundado por Plinio “el Viejo”, o Cayo Plinio Segundo (23-79 dC.), naturalista, escritor y militar romano, autor, entre otros libros, de los 37 tomos de la Naturalis Historia. El libro X está dedicado a los pájaros y se inicia con el estudio sobre el avestruz. Para Plinio, nuestro ñandú (versión sudaca del avestruz africano) era una especie de eslabón perdido en el paso evolutivo de los pájaros a los mamíferos. El estómago indiscriminado de los avestruces y su hábito de arrastar la cabeza casi al ras de la tierra buscando comida hicieron que Plinio lo calificara como “el más estúpido de los animales”. No fue un buen comienzo. El avestruz no esconde la cabeza sino que traga de todo, incluidas piedras y arena, para moler el alimento en su estómago. Verlo meter la cabeza entre la arena, voraz, como si estuviera a punto de zambullirse en ella fue lo que motivó el error de Plinio. Aunque nadie vio jamás a un avestruz escondiendo su cabeza en la tierra mientras lo persigue un predador, la metáfora sobrevivió casi dos mil años. Hace algunos días, en pleno silencio presidencial después de la derrota de Misiones, la dirigente radical Margarita Stolbizer volvió sobre los pasos de Plinio con una nueva teoría evolutiva: —Kirchner dejó de ser un pingüino patagónico para convertirse en avestruz –dijo. Stolbizer señalaba una costumbre presidencial que, con el correr del tiempo, se transformó en una característica del Gobierno: el silencio ante la crisis. En realidad: el silencio, ante la crisis propia. Las súbitas y frecuentes escapadas al Sur del Presidente para contemplar desde allí el incendio de la Ciudad de Buenos Aires suceden desde el comienzo de su administración y han dado origen a todo tipo de mitos clínicos o políticos. Hay quienes ven en estas fugas silenciosas un caso de fobia presidencial. La fobia es “un miedo intenso y específico a objetos y situaciones concretas”. La palabra deriva de la raíz griega del término “temor” y señala precisamente la aversión obsesiva a alguien o algo, y un temor irracional compulsivo. El 2 de enero de 2005, a dos días de la tragedia de Cromañón, la prensa se extrañaba del “sugestivo silencio” presidencial: Kirchner estaba con su esposa en El Calafate, en silencio y recibiendo condolencias por parte de diversos líderes mundiales. El Presidente se enteró de la tragedia cinco horas después de aterrizar, y se esperó entonces que retornara de inmediato a la Ciudad a ponerse a cargo del operativo de crisis, como han hecho generalmente otros jefes de Estado ante catástrofes de magnitud. Pero al enterarse, el Presidente dio instrucciones a Alberto F y el Gobierno tomó distancia de los sucesos: —Se trata de un conflicto del Gobierno de la Ciudad –se dijo, como mensaje monolítico. El viernes al mediodía, cuando la cifra de muertos se estancó en 175, el silencioso vocero Miguel Núñez le dijo a la agencia oficial de noticias Télam: “El Presidente está muy compungido y apenado”. Dos días después, cuando la cifra total de muertos era aún mayor y arreciaban las críticas a la desaparición presidencial, fue el propio Kirchner quien habló con la agencia Télam. Ya habían pasado cuatro días del desastre: “La tragedia es muy grande como para agregarle declaraciones o gestos de exhibicionismo”, dijo. Pero la opinión pública se centró en las declaraciones de un hasta entonces ignoto abogado, padre de una de las víctimas, un adolescente de 19 años. “Estamos de duelo y el que lo decreta está en El Calafate mirando el lago. Esto es un drama, un país medianamente serio se pone de pie.” Al volver de El Calafate, esperaban al Presidente en Aeroparque Alberto F y Parrilli, como si llegara de una gira por el exterior. K volvió solo; Cristina siguió en el Sur, mirando el lago. Ya por entonces la metáfora de Plinio se volvía recurrente: “Más que un pingüino, éste es un avestruz”, decía un cartel de los familiares de Cromañón que manifestaron frente a la Rosada. El diario El País de Madrid calificaba en un editorial como “insólito” el silencio presidencial, “reflejo de un preocupante alejamiento del sentir ciudadano”. No era aquélla, ni de lejos, la primera vez: el año anterior, a comienzos de abril, el Presidente se ocultó en Tierra del Fuego de la primera marcha por el asesinato de Axel Blumberg: —¡Movete, pingüino, encontrá a los asesinos! –gritaban las ciento cincuenta mil personas que se reunieron alrededor del Congreso. La marcha tomó al Gobierno por sorpresa y el silencio presidencial se llenó de ira: hacia la SIDE, por no haber previsto una marcha tan multitudinaria; y hacia el entorno propio, por subestimar a Blumberg. Pocos días después, el 10 de abril de 2004, la ira se transformaba en una severa lesión estomacal: Kirchner fue internado de urgencia en El Calafate y trasladado luego a Río Gallegos. Durante quince horas no se dio información oficial sobre la salud del Presidente. El asesinato de Martín el Oso Cisneros, un piquetero del sector aliado al Gobierno, fue interpretado por D’Elía como “un asesinato mafioso para quebrar nuestra relación con Kirchner”. Furiosos con el accionar policial, D’Elía y unos cien piqueteros ocuparon la Comisaría 24ª durante unas siete horas. El Presidente siguió la situación a bordo del Tango 01, en vuelo hacia Pekín, evitó mencionar palabra alguna sobre el tema, y aseguró solamente: “No vamos a reprimir con esta Policía de gatillo fácil”. La “confusión” sobre los casetes de la causa AMIA y la indagatoria del jefe de Estado Mayor del Ejército, general Roberto Bendini, acusado de malversación de fondos, fueron otros casos en los que el silencio presidencial se hizo presente. En el discurso inaugural de las sesiones del Congreso, en marzo de 2005, el Gobierno logró desactivar cualquier imprevisto que pusiera en el tapete el escándalo de las narcovalijas de Southern Winds, que ameritaba pedidos de interpelación a diversos funcionarios nacionales por el caso de tráfico de drogas. Kirchner pronunció su discurso sin ninguna referencia al tema. La operación del Gobierno para “desmarcarse” de Ibarra y el bochornoso affaire Borocotó tuvieron alguna base científica: la encuesta de Enrique Zuleta Puceiro, que llegó al despacho de K. El 21% del público encuestado pensaba que Kirchner debía apoyar a Ibarra, un 14% cuestionarlo y un 61,9% mantenerse equidistante del problema. K viajó a Santa Cruz a festejar el cumpleaños número cincuenta y tres de Cristina. —Nos llamamos a silencio –dijo antes de partir, el viernes 17 de febrero. Los conflictos en la Legislatura ya le habían servido, en noviembre del año pasado, para viajar a inaugurar Los Sauces, su nueva casa en El Calafate. La semana pasada, después de la derrota de Rovira, el Presidente volvió al silencio del Sur. —Esta no es una derrota nuestra –se justificaban ante los periodistas las fuentes oficiales, sin recordar el apoyo explícito del Presidente, el viaje de Alicia K y los cheques entregados durante la visita de Sergio Massa. —El Presidente nunca alentó la reelección indefinida –decían, sin advertir que fue K uno de sus primeros propulsores. Al transcurrir la semana, la realidad se impuso sobre el silencio: Eduardo Fellner, el gobernador de Jujuy, anunció que, por pedido del Presidente, renunciaba a modificar la ley para lograr un tercer período. En la provincia de Buenos Aires, el manotazo de ahogado de Solá también profundizó su crisis. El Presidente volvió del Sur hablando de otro tema. EL ESCONDIDO En diálogo con PERFIL, Orlando D’Adamo, profesor de Psicología Política y director del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, recordó que “los especialistas en liderazgo presidencial coinciden en afirmar que el modo en que se enfrentan las crisis y los fracasos, inevitables en la gestión política de largo plazo, sumado a la capacidad de tolerancia a la frustración constituyen los indicadores más precisos sobre el liderazgo presidencial, que se revela más nítidamente en esos momentos que durante los éxitos”. Fred Greenstein, profesor emérito y director del Centro de Estudios para Liderazgo de Princeton University, plantea en su libro El arte del liderazgo político que esa capacidad de afrontar los hechos es una de las habilidades clave del liderazgo. “No es difícil mostrarse fuerte en los buenos tiempos –afirma D’Adamo–, lo importante es serlo en las situaciones adversas.” D’Adamo cree que si se establece el silencio como patrón recurrente de comportamiento, éste tenderá a repetirse y acentuarse con el tiempo. En El encanto del liderazgo nocivo, Jean Lipman-Blumen (directora y cofundadora del Instituto de Estudios Avanzados en Liderazgo de la Claremont Graduate University, en California) enumera las señales del denominado “liderazgo nocivo”: líderes con capacidad para hechizar a sus seguidores, que se tornan evasivos, rehúsan dar explicaciones sobre sus decisiones o, aún más, mienten abiertamente y rechazan rendir cuentas sobre los resultados obtenidos. “Los silencios y la ausencia física remiten a mecanismos de defensa clásicamente estudiados en Psicología –afirma D’Adamo– y fuertemente asociados a la resolución mágica de los conflictos. Es una negación entre frágil y omnipotente de la realidad que no se desea como tal. Lo que no se habla, lo que no se nombra, no tiene entidad real, luego no existe. Pero las soluciones mágicas tienen una existencia efímera.” Para Daniel López Rosetti, director de SAMES (Sociedad Argentina de Medicina del Estrés), las actitudes del Presidente se encuadran en un tipo de ira que se contempla en la psicología del estrés. “Cuando alguien reprime su ira –comentó López Rosetti a PERFIL, se produce la ira hacia adentro. Le dicen ‘ira in’. Podría ser el caso del Presidente, que reprime su enojo en forma no constructiva. Eso genera ansiedad, hipertensión, trastornos intestinales y dérmicos. “A Kirchner lo internan en el Sur una semana después de la marcha de Blumberg, y sin haberse expresado nunca sobre el tema. El manejo más eficiente de la ira es el control –concluye López Rosetti–: manejar el enojo en forma inteligente, con inteligencia emocional, humor, capacidad de diferimiento, negociación. En última instancia, es saber decir que no.”





<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?