domingo, octubre 29, 2006

 
La prueba misionera
No han sido semanas agradables para el Presidente. Aunque la economía sigue su marcha imparable, las reservas del Banco Central apuntan a los 30 mil millones de dólares y los acuerdos de precios pueden garantizar una relativa calma inflacionaria en 2007, el ambiente político está mucho más que enrarecido. Y todo por la profundización de un estilo tan viejo y conocido como el tiempo de Néstor Kirchner en el poder, pero no por eso más digerible o inocuo. Hay una conjunción de factores que hacen más evidente la escasísima voluntad presidencial para escuchar el humor ciudadano en lo que respecta a la transparencia institucional y el desprecio de la gente por las luchas a cualquier precio de la preservación eterna del poder.
El Gobierno nacional se juega hoy una partida en la que la victoria o la derrota del gobernador de Misiones, Carlos Rovira, van a impactar negativamente en la Casa Rosada, aunque vale aclarar que Kirchner se encuentra en la etapa triunfalista de cualquier presidente, en la que la arrogancia del éxito en las urnas insufla argumentos –casi siempre falaces– para el autoconvencimiento sobre el camino elegido.
Kirchner pierde si Rovira es derrotado porque no habrá forma de negar políticamente el enorme apoyo que el Gobierno nacional brindó a la desmedida intención de reformar la Constitución misionera para habilitar la reelección indefinida del mandatario local. Pero Kirchner pierde también si Rovira logra su cometido y la Constitución de Misiones, como las de Santa Cruz, La Rioja, Formosa, San Luis y Catamarca, instaura un sistema que, para la tradición clientelar cada vez más arraigada en la Argentina, no hace sino acentuar el deterioro institucional y dejar el terreno abonado para todo tipo de aventuras casi monárquicas.
Todos contra K. El Presidente y su cerrado círculo han logrado amalgamar en Misiones a una alianza heterogénea en su génesis pero han unificado en la capacidad de representar el rechazo popular a la reelección indefinida. Es, visto desde un ángulo más contundente, un argumento que la Casa Rosada sirvió en bandeja a un arco opositor que no encontraba resquicios para meterse en la dura caparazón de la solidez oficialista. Así, aunque es prematuro suponer que surjan acuerdos opositores firmes derivados de la confluencia misionera anti-Rovira, la realidad es que, de la nada, Kirchner se inventó un enemigo que desnuda el aspecto más crítico de la administración K, ese que, con el correr de los meses de bonanza económica tras el horror de la crisis, cada vez se torna más evidente: el desprecio presidencial por una reforma real de la política. En otros términos, el Gobierno nacional corre el riesgo de dejar de facturar rédito político y consenso por el solo dato del crecimiento, al tiempo que le surjan cada vez más objeciones que apuntan contra las viejas mañas reeleccionistas, el amiguismo como categoría superior y el desprecio por el cumplimiento de las normas de alternancia en el poder. Palabras lejos de los hechos. Desde el mismo día de asunción, Néstor Kirchner abundó en un discurso de origen antimenemista, que resumió mucho de los paradigmas institucionalistas de la Alianza, y que condensó el actual jefe del Estado en una invocación por la "reinvención de la política". De la mano de esa mención sistemática de la "nueva política" que venía a instaurar su mandato, Kirchner apuntó contundentemente hacia una reforma judicial que se tradujo en la conformación de una Suprema Corte de Justicia de indiscutible independencia y capacidad; también corrió con los juicios contra ex represores un telón oscurantista e inaceptable de la historia reciente, el de la impunidad; y cimentó con abundantes gestos de independencia económica un giro profundo en relación al cercano horizonte de los ’80 y ’90. De ese modo, consolidó en el imaginario popular una expectativa realista y creciente respecto de la gran asignatura pendiente, siempre mencionada pero lejana de su fase de realización: la reforma política que acabara con la sospecha permanente de la gente sobre el financiamiento de los partidos, el rechazo popular contra mecanismos de perpetuación, la desaparición de listas sábana y la ruptura de mecanismos clientelares sólo útiles para el mantenimiento de una clase política alimentada por la vocación de vivir de las arcas del Estado en nombre de la democracia. Los meses de gobierno comenzaron a pasar y los discursos cada vez se volvieron más lejanos de la realidad. El Presidente rechazó de entrada la chance de transparencia y democracia sindical al incumplir el pacto de aceptación de la entidad de la CTA de Víctor De Gennaro; cerró acuerdos con gobernadores e intendentes claramente opuestos a una reforma política y, sobre todo, transformó al Congreso en una apagada caja de transmisión de los unilaterales e indiscutibles anhelos del Ejecutivo. Ahora, con la elección misionera, en nombre de la lealtad a uno de los primeros políticos que lo apoyó en serio, Kirchner está a punto de sobrepasar una delgada línea, aquella que separa la necesidad de alumbrar desde la primera magistratura el camino hacia un cambio real de la política. De impacto más fuerte que la vocación hegemonista, apalancada en el giro de fondos a las provincias que muestran funcionarios obedientes con la Rosada, el apoyo a Rovira es ya una honda expansiva que alcanza cada rincón del país, mostrando una imagen presidencial destemplada, muy parecida a la de Carlos Menem en su vocación de continuidad al precio que sea, y, en consecuencia, alejado de los deseos populares a favor de gobiernos enfocados no al poder y sólo al poder, sino a la resolución de los problemas. El riesgo de hoy. Cuesta creer que, a 12 meses de las elecciones, el presidente Kirchner decida cambiar el rumbo de sus obcecaciones, en busca de un repentino giro hacia las formas de la convivencia institucional pacífica, respetuosa de sus opositores y abierta a los cambios de las estructuras políticas más tradicionalistas. Pero la elección del domingo puede causar un efecto de bomba de hidrógeno en la propia lógica del poder, dejando en pie las estructuras pero vaciando definitivamente de contenidos y vida propia los enunciados de democracia política y voluntad reformista llevada a la práctica. Y eso, la gente, suele castigarlo tarde o temprano.





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