lunes, septiembre 04, 2006

 
El tero y el avestruz
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Corrupción K
Como si la dirigencia argentina en el poder se resistiera a dar pasos hacia adelante, el presidente Néstor Kirchner parece asociar los anhelos de su propia consolidación con la incomprensible necesidad de obligar al país político a dar constantes pasos hacia atrás, entorpeciendo el camino hacia el futuro.
Mientras en su política económica Kirchner intenta moverse con más dinamismo, en lo estrictamente partidario o ideológico cree que su mejor apuesta es la de revolver el pasado, no analizarlo y encontrar alternativas superadoras, sino modificarlo a su antojo, para mejorar su imagen en las encuestas.
Pero como el método no es el más recomendable, obviamente, la lógica consecuencia es que tampoco los resultados sean los esperados.
Gritar como un tero mientras pone huevos en otro lado, u ocultar la cabeza debajo de la tierra frente a cuestiones de máxima preocupación para la sociedad, forma parte de un estilo que se está imponiendo y que puede resultar un bumerang para el presidente.
Kirchner se expone cada vez con menos filtros: casi hasta con cierta inocencia, el Presidente revela a través de palabras, actos y gestos, que muchas veces sus preocupaciones están más lejos de las de la gente y de lo que gusta proclamar en sus diarios actos públicos.
La andanada que le ocupó una energía volcánica contra el ex presidente Raúl Alfonsín y contra el dirigente Juan Carlos Blumberg redundaron más una descarga de impotencia que el resultado de un análisis lúcido y ecuánime de la realidad presente.
Desde la última dictadura hasta hoy, ha corrido ya mucha agua bajo el puente, pero la Historia, los registros de lo ocurrido a partir de la recuperación de la Democracia, no puede ser tergiversada ni leída según el interés de los gobernantes de turno.
Las diatribas de Kirchner contra el ex presidente radical que tuvo el valor de juzgar a las Juntas cuando aún los militares gozaban de un altísimo poder político y de acción, no sólo no condicen con la realidad histórica, sino que además son de una injusticia palpable.
Kirchner se vio casi patético en su esfuerzo por demostrar que él fue más víctima que otros de la Dictadura. Los archivos lo desmienten, los organismos defensores de derechos humanos lo desmienten, lo que queda de la entonces dirigencia del peronismo revolucionario, lo desmienten.
¿Por qué entonces empecinarse en mostrar una realidad que nunca existió? Kirchner parece haber encontrado en ese discurso vacío de comprobaciones el arma para atacar a Alfonsín por una sola y excluyente razón: su decisión de apoyar la eventual candidatura presidencial de Roberto Lavagna, y la atracción que sigue ejerciendo en el partido socialista, que decidió darle la espalda a la "concertación" -más bien cooptación- del kirchnerismo en relación a los gobernadores e intendentes radicales K.
Nadie le disputa hoy por hoy a Kirchner los favores del potencial electorado en las encuestas.
Entonces, ¿por qué el Presidente arriesga tanto de su buena imagen mostrándose como un tero, que grita lo que no es verdad, mientras por otro lado, avanza en decisiones en el campo económico que no son precisamente las postuladas por un modelo de centroizquierda que dice encarnar?
Un caso similar es la actitud que adoptó frente a la marcha realizada por Blumberg.
Tal vez por piedad valdría la pena no abundar demasiado en uno de los mayores papelones que protagonizó desde que asumió la Presidencia, si no fuera por el peligro que entrañó su maniobra para intentar contrarrestar la concentración del padre de Axel.
Entrenar a un hombre con tan pobre imagen pública y personal como el funcionario Luis D'Elía para que intentara nada menos que una fuerza de choque y arremeter contra quienes manifestarían junto a Blumberg fue un gesto de una torpeza política casi inédita.
Parecía que el plan trazado por los estrategas del Gobierno era convocar a un acto multitudinario que tal vez incluyera a algún participante deseoso de "romper" la manifestación de Blumberg, y por qué no, generar violencia que, en los sueños de esos "pensadores", podría haber aguado para siempre las posibilidades de Blumberg.
Encima, lograron reclutar al Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, para sumarse a la maniobra.
Las razones por las cuales el antiguo luchador por los derechos humanos accedió a prestarse a semejante movida quedará para el análisis de cada uno, pero será difícil olvidar cuánto demoró en darse cuenta de lo que ya casi toda la gente observadora de la política había notado.
Todo terminó afortunadamente en paz, la "contramarcha" fue una patética muestra de la poca visión política y de la torpeza, y el acto de Blumberg se desarrolló con una magnitud que superó las expectativas de los propios organizadores.
Es que los gestos que quieren retrotraer al pasado, como el fraccionamiento de los argentinos en términos ideológicos y sociales, ya son afortunadamente parte de una época harto superada.
Hoy los argentinos están mucho más parejos que en la década del 70: hay muchos más pobres, más desocupados, más iletrados, más enfermos que entonces.
Las brechas sociales se fueron achicando y nivelando hacia abajo, y esa realidad el Gobierno parece todavía mirarla con lentes de colores.





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