martes, agosto 29, 2006

 
Pocos países se han desacreditado tanto como Argentina en los últimos cien años. Nos sobra geografía pero nos falta crédito y reputación. Tenemos tierras en abundancia pero hemos perdido población y capitales a favor de otros países. Coexisten piquetes y atraso con degradación institucional y baja productividad. La pobreza es el resultado lógico de este cuadro de situación.
En estos últimos tiempos hubo en la sociedad argentina una profunda y dramática transformación impensada en las primeras décadas del siglo pasado, como tampoco por los patriotas de 1810 ni por las generaciones del 37 y el 80. Las imágenes de aquella Argentina se topan con la actual Naciòn devaluada que ha perdido el rumbo, con instituciones políticas barridas por la demagogia y cercenado su destino de grandeza.
Desde el Renacimiento democrático de 1983 la incapacidad de la dirigencia política comenzò a hundir al paìs y continuò su obra devastadora socavando a las instituciones de la Repùblica hasta convertirlas en dóciles instrumentos de cada poder de turno.
Señales del embrutecimiento las podemos ver en los crímenes perpetrados por una delincuencia brutal; por la crisis de la familia y su derrumbe como Institución; en el sistema educacional en vìas de disgregación y en la transformación de la moral.
Esta todo el tejido social descompuesto y la sociedad política bloqueada y fragmentada por ideologías disolventes portadoras del odio y el revanchismo; porque estàn encaramados en los estamentos del gobierno los mediocres, los que se ufanan de su inmunidad para quebrantar la ley.
Las condiciones en que se desenvuelve la lucha política en nuestro país, nos muestran dinero y aparatos que manipulan a la sociedad para obtener sólo mas dinero y poder. La cantidad prevalece sobre la calidad, y el éxito sobre el bien común. Pero el fin de la política, mas allá del éxito, es el bien común. Y este debe guiar nuestra reflexión.





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